Es la frase de Jean-Paul Sartre (1905-1980) que afirma "El infierno son los otros" -L'enfer, c'est les autres-.
Cuando empecé a leer asiduamente filosofía, la doctrina que me robó el aliento fue el existencialismo. Y Sartre particularmente por ser ateo y apoyar activamente movimientos comunistas, socialistas y revoluciones alrededor del mundo.
Me fascina porque es acción contra quietud, contra lo inamovible, lo estático.
El existencialismo utiliza el método fenomenológico, que es el estudio de los hechos tal cual se presentan; fidelidad a lo realmente dado, a lo experimentado, a lo que podemos observar.
Mi viejo me enseñó de muy pibita que "uno es lo que hace", no lo que dice o escribe.
El existencialismo ateo hace hincapié en la finitud del ser humano, la vida comienza y acaba; en contraposición a las religiones que afirman que hay vida después de la muerte, y una vez fallecido podés ir al cielo o al infierno, dependiendo de tu obrar en este espacio ordinario. (?)
Somos seres finitos, con una existencia que precede a la esencia. No hay nada escrito, no hay destino, no hay naturaleza humana dado que Dios no existe. El ser humano crea su propio camino.
El hombre es un proyecto que se vive subjetivamente: lo que mueve a las personas son sus proyectos e ideales, su preocupación por la realización de su ser y los mismos no existen previamente a su decisión de realizarlos.
Como seres finitos entonces, somos responsables de nosotros mismos y a su vez de todos los hombres. Lo que somos depende de lo que hemos querido ser, no de un destino divino, ni de una circunstancia social, ni de una predisposición biológica o natural. Somos también responsables de los demás porque al elegir unos valores y no otros, escogemos una imagen del hombre tal y como debe ser.
La finitud engloba la libertad, y ella trae consigo los sentimientos de angustia, desamparo y desesperación.
Angustia ante el hecho de que uno es el responsable de sí mismo y de los demás. Desamparo porque la elección se hace en soledad, carecemos de una tabla de valores, reina la subjetividad, no hay ningún signo que nos indique la conducta a seguir, es necesario inventarse la moral. Desesperación porque no es posible un control completo de la realidad en la realización del proyecto, siempre hay que contar con factores imprevistos, con la posibilidad de que nuestras buenas intenciones muten en malos efectos.
Sólo hay realidad en la acción, en los hechos, en lo que empuja y es dinámico. El hombre existe en la medida en que se realiza, es el conjunto de sus actos. Este pensamiento tiene dos lados: es duro para aquellos descontentos con lo que son, para los que no han triunfado en la vida. Ellos pueden engañarse argumentando que en realidad el conjunto de sus actos no muestra su auténtica valía, que el mundo les ha impedido brindar todo de sí, que la vida no es buena.
Por otra parte, esta doctrina es optimista ya que declara que el destino de cada uno de nosotros está en nuestras manos y nos predispone al hacer, a no vivir de sueños, de esperanzas, a dejar de lado nuestras miserias y realizar nuestros proyectos nobles.
Un héroe no nace héroe, se hace héroe.
Ser cobarde es la consecuencia de una decisión, el individuo eligió ser cobarde, no porque fisiológicamente o socialmente esté predispuesto. El cobarde se hace cobarde, pero hay siempre una posibilidad de dejar de serlo, porque el dinamismo imprime nuestras vidas.
El existencialismo reconoce la importancia de la mirada del otro y de los otros. Sólo en la interacción nos hacemos conscientes de lo que somos, de nuestro propio ser y de la realidad que nos corresponde.
Sartre defiende la existencia de una condición humana. Si bien no hay una esencia común a toda la humanidad, existen rasgos universales compartidos que permiten la identificación del individuo con el todo. La libertad, la angustia, la sociabilidad, la cultura.
Permite el compromiso moral y la crítica de la conducta inauténtica: aunque los valores se inventan, no todos los comparten. Algunas elecciones están fundadas en el error y otras en la verdad.
La conducta de mala fé se basa en el error de excusarse en el determinismo, en el destino, o en la falacia de declarar ciertos valores como existentes de modo objetivo e independiente de la voluntad. La actitud auténtica es la de buena fé, la de aquel que asume la responsabilidad completa de su acción y situación, la del que tiene como lema moral la realización de la libertad propia y ajena.
"El existencialismo es un humanismo" al enunciar que no hay otro Dios que el hombre mismo, por afirmar la libertad y la necesidad de trascender, de superarse a sí mismo, por reivindicar el ámbito de lo humano como al que el hombre pertenece.
La frase "El infierno son los otros", aparece en la obra teatral "A puertas cerradas" -A huis clos- de 1944.
El infierno es la mirada del otro, la convivencia, convertirse en objeto (de amor o de odio) de ese sujeto que nos empapa de su propia individualidad. Todos tememos a esa otredad, pero es vital y necesaria. Hay temores primarios que debemos superar para poder conectar con el otro de manera genuina, en libertad.
Precisamos de las relaciones interpersonales, somos seres sociales y nos afecta el mundo circundante.
Todos tenemos moral, nos permite convivir en sociedad. Nos coacciona, nos liga a un mundo de leyes, normas, hábitos y costumbres que conectan al espíritu con la consciencia. La moral no crece guacha, necesita que unos la impongan a otros, es creación del hombre para contener al hombre...
Amate a vos mismo, conocete a vos mismo, sanate a vos mismo. Una vez que logres esto, estarás habilitado para hacer lo propio con los demás. Pase lo que pase, no es obrar del destino ni de la suerte, sino de las elecciones y las acciones de las personas implicadas.
El infierno son los otros, pero el infierno es ese sitio terrenal donde todo lo "prohibido" abunda, donde supuestamente arderíamos encadenados a nuestras pasiones más intrínsecas y pulsiones más primitivas... Y para que ello suceda, tiene que entrar en escena el otro.